LOS ANAGRAMAS DE GALILEO



<<  En agosto de 1610, Galileo envió un mensaje secreto al embajador toscano en Praga, Julián de Médicis. El texto, una incomprensible secuencia de treinta y siete letras (aunque de la 13 a la 17 se lea la palabra poeta), anagrama de la frase que anunciaba su último descubrimiento astronómico, era el siguiente:

SMAISMRMILMEPOETALEUMIBUNENUGTTAURIAS

Con este artificio, Galileo salvaguardaba la paternidad de su descubrimiento sin revelarlo abiertamente, cosa que no hizo hasta tres meses más tarde. El significado oculto de su mensaje era:

ALTISSIMUM PLANETAM TERGEMINUM OBSERVAVI.

(He observado el planeta más alto en triple forma.)

El planeta más alto era Saturno (Urano, Neptuno y Plutón aún no habían sido descubiertos), y Galileo, a causa de la insuficiente potencia de su telescopio, había tomado los extremos de su anillo por un par de satélites.

Mientras tanto, Kepler había intentado descifrar el anagrama y llegado a una solución que él mismo calificó de «bárbaro verso latino»:

SALVE UMBISTINEUM GEMINATIUM MARTIAS PROLES

(Salve, furiosos gemelos, prole de Marte.)

Así, Kepler llegó a la conclusión de que Galileo había descubierto un par de satélites marcianos. Lo asombroso del caso es que, como hoy sabemos, Marte tiene, efectivamente, dos pequeñas lunas; pero ni Kepler ni Galileo podían tener la menor idea de su existencia, pues para distinguirlas hubieran necesitado un telescopio muchísimo más potente que los de la época. Y esto no es sino la mitad de la historia.

En diciembre de ese mismo año, Galileo envió otro anagrama a Julián de Médicis. Esta vez era una frase inteligible:

HAEC IMMATURA AMEIAM FRUSTA LEGUNTUROY

Un mes más tarde, Galileo reveló al embajador la solución del anagrama:

CYNTHIAE FIGURAS AEMULATUR MATER AMORUM

(La madre del amor emula las formas de Cynthia.)

La «mater amorum» era, naturalmente, Venus, y Cynthia, la Luna. Galileo había descubierto que el segundo planeta mostraba unas fases cíclicas análogas a las lunares (lo cual constituía una prueba de que giraba en torno al Sol).

También en este caso había intentado Kepler descifrar el anagrama, y otra vez había hallado una solución distinta:

MACULA RUFA IN IOVE EST GYRATUR MATEM, ETC.

(En Júpiter hay una mancha roja que gira matemáticamente.)

¡Y de nuevo la «falsa» solución de Kepler resultaba verdadera! En Júpiter hay, efectivamente, una gran mancha roja que gira de forma regular, «matemática», y que no sería descubierta hasta 1885, dos siglos y medio después, cuando se perfeccionó el telescopio reflector de Newton. ¿Cómo explicar esta doble coincidencia? La probabilidad de que un anagrama de más de treinta letras admita por puro azar una segunda reordenación significativa, y que ese significado intruso se corresponda con un hecho real desconocido en el momento de redactar y descifrar el mensaje, es tan pequeña que obliga a pensar en una explicación oculta. Y que ello ocurra dos veces seguidas roza lo milagroso. La posibilidad de que Galileo tuviese un telescopio secreto, mucho más potente que los de su época, es del todo inverosímil.

El telescopio reflector fue inventado por Newton varias décadas después de la muerte de Galileo, y sólo a mediados del siglo XIX se perfeccionó lo suficiente como para ver la mancha roja de Júpiter o los satélites de Marte (que no fueron descubiertos hasta 1877). Aunque Galileo hubiese inventado el telescopio reflector y mantenido su invento en secreto (cosa de por sí increíble), la tecnología de su época no le hubiera permitido construir un instrumento de la potencia necesaria. 

Intentemos otra explicación, aunque apenas menos inverosímil. Supongamos que, del mismo modo que hay un superego, existe un superid o superello, es decir, un conjunto de funciones inconscientes altamente estructuradas, que pueden aprovechar con plena eficacia la capacidad cerebral (al parecer muy infrautilizada) para procesar el enorme volumen de datos subliminales que la conciencia no registra. Con una información y una capacidad operativa muy superiores a las conscientes, el superello podría alcanzar resultados aparentemente milagrosos. Los grandes genios de la ciencia y el arte, así como ciertos profetas, videntes y místicos, podrían ser personas que ocasionalmente captaran, como fulgurantes iluminaciones, las conclusiones del superello, que normalmente sólo llegarían a la conciencia de forma vaga e insegura. Si, como dice Lacan, el inconsciente está estructurado como un lenguaje, el superello podría estar estructurado como un meta-lenguaje: sus conclusiones serían poéticas en el sentido más amplio del término, incluyendo en la poesía las audacias matemáticas. Ahora bien, ¿cómo explicaría la teoría del superello los mensajes ocultos en los anagramas de Galileo? Dicho de otra forma: ¿qué datos subliminales podrían haberle permitido llegar a conclusiones que estaban tan lejos de sus posibilidades de observación? 

En el caso de la mancha de Júpiter, se puede reducir el problema a otro algo menos abstruso: si, de alguna manera, Galileo hubiese llegado a la conclusión de que Júpiter era un gigante gaseoso, habría podido deducir que en su superficie tenía que formarse una turbulencia giratoria como la gran mancha roja, por consideraciones puramente topológicas. Concretamente, por el llamado «teorema del punto fijo», que demuestra, entre otras cosas, que en todo momento ha de haber en la Tierra un punto donde el viento está en calma, y que una esfera peluda no se puede peinar con todo el pelo alisado, sin formar al menos un remolino (la mancha giratoria de Júpiter sería el equivalente del remolino). En cuanto a las lunas de Marte, pudo «deducir» que eran dos por un razonamiento inconsciente de índole más matemática que astronómica: si Venus no tiene ningún satélite, la Tierra tiene uno y Júpiter cuatro (eso se creía entonces), Marte, que es el planeta intermedio entre estos últimos, debería tener dos para que la progresión fuese regular. Si admitimos la posibilidad de que Galileo llegara a estas conclusiones en función de su hipotético superello, la construcción (consciente o inconsciente) de anagramas de doble significado se convierte en una tarea todo lo compleja que se quiera, pero deja de ser un misterio de apariencia sobrenatural. 



Por inverosímil que sea (y lo es mucho) la teoría del superello, no lo parece tanto como la posibilidad de que los segundos mensajes ocultos en los dos anagramas de Galileo fueran fruto del puro azar. Lo cual no significa, por supuesto, que la teoría sea correcta; ni que, de serlo, constituya la auténtica explicación de este enigma.



NOTA:  En uno de sus viajes, Gulliver visita la isla volante de Laputa, cuyos astrónomos le cuentan que han descubierto dos pequeños satélites que giran alrededor de Marte, uno de ellos a una distancia igual a tres diámetros del planeta. Tres diámetros marcianos son unos 20.000 kilómetros, que es precisamente la distancia de Deimos, el menor de los dos satélites, a Marte. Ahora bien, Swift escribió Los viajes de Gulliver a principios del XVIII, casi dos siglos antes de que Hall descubriera las diminutas lunas marcianas. ¿Existía en algún lugar información relativa a los satélites de Marte antes de su descubrimiento oficial, y tanto Galileo como Swift la obtuvieron de esa misteriosa fuente? ¿Fue esta misma fuente hipotética la que reveló a Galileo la existencia de la mancha roja joviana? No es nada verosímil. Pero tampoco lo es tal coincidencia de coincidencias alrededor de un par de lunas y un par de anagramas. >>



Carlo Frabetti, El Gran Juego